Hace 21 años, un equipo humilde y aplicado hizo lo impensado. Hoy, Manizales y toda su gente recuerdan con emoción, orgullo y nostalgia el título más grande en la historia del Once Caldas: la Copa Libertadores 2004. Un logro que no fue casualidad, sino el resultado de la unión entre un grupo de jugadores comprometidos, una hinchada incondicional y un cuerpo técnico que creyó siempre, liderado por el inolvidable Luis Fernando Montoya.
La historia comenzó a escribirse desde la fase de grupos, donde el Once Caldas compartió grupo con grandes equipos como Vélez Sarsfield (Argentina), Fénix (Uruguay) y Maracaibo (Venezuela). Contra todos los pronósticos, el equipo avanzó como primero del grupo, demostrando desde el inicio que no estaba ahí solo para participar.
En los octavos de final llegó la primera gran prueba: el Barcelona de Guayaquil. En la ida en Ecuador, el ‘blanco’ de Manizales aguantó con trabajo y solvencia. Sacó un 0-0 valiosísimo. En la vuelta, con la gente llenando Palogrande, el Once se impuso con un contundente 2-1 y avanzó con autoridad.
Pero lo mejor estaba por venir. En cuartos de final, esperaba el Santos de Brasil, un equipo grande y tradicional del continente . El partido de ida fue una batalla táctica: 1-1 en Palogrande. En Brasil, con un fútbol ordenado, aguerrido y con la fe que caracterizaba al equipo, el Once Caldas se impuso 1-2 en Vila Belmiro. Nadie lo podía creer: el equipo colombiano había eliminado a un gigante continental.
En semifinales, el desafío era aún mayor. El São Paulo de Brasil , otro histórico del continente, con figuras de renombre y amplia experiencia internacional. Una vez más, el Once Caldas demostró que el corazón podía más que el nombre. Empate 0-0 en el Morumbí y victoria 2-1 en casa. Palogrande fué un fortín, y el país entero comenzaba a soñar.
La final fue una película épica. En frente, nada más y nada menos que Boca Juniors de Carlos Bianchi, el bicampeón continental, el equipo de las finales. En la Bombonera, el Once plantó cara y sacó un empate valioso (0-0), pero fue en Manizales donde se escribió la leyenda y la épica . El 1 de julio de 2004, con el estadio colmado de esperanza, el partido terminó nuevamente igualado (1-1), y todo se definió en los penales.
Allí emergió la figura de Juan Carlos Henao, quien atajó y fue héroe, luego vino el grito que aún resuena: ¡Once Caldas, campeón de América! El pequeño venció al gigante. El humilde superó al poderoso. Y Colombia celebró como si de la Selección se tratara.
Fue más que un título. Fue una gesta, una épica que nos enseñó que todo es posible, que desde una ciudad pequeña se puede conquistar el continente. Que la pasión, la entrega y el amor por una camiseta pueden derribar hasta los más grandes.
Han pasado 21 años desde la mayor hazaña en la historia del Once Caldas, un título que marcó a una ciudad, a una hinchada y al fútbol colombiano. Aquella Libertadores no fue solo un logro deportivo: fue un ejemplo de trabajo en equipo, identidad y convicción. Hoy, ese recuerdo sigue vivo no solo por lo que se ganó, sino por lo que representa en la historia del equipo.