El Palogrande fue testigo de una de esas noches que se clavan como espinas en la memoria del hincha. Once Caldas rozaba las semifinales, tenía la serie en sus manos, pero terminó cayendo eliminado desde el punto penal ante Independiente del Valle.
El conjunto albo había construido lo que parecía una ventaja sólida de 2-0 en el marcador global, pero nunca supo manejarla. En lugar de imponer carácter y tranquilidad, el equipo se mostró dubitativo, temeroso y sin ideas. El miedo a perder fue más grande que el deseo de clasificar.
Independiente del Valle, paciente y ordenado, encontró en Michael Hoyos a su hombre clave. El delantero marcó un doblete letal: primero al minuto 27, cuando aprovechó los espacios dejados por la defensa manizaleña, y luego al 51, para terminar de derrumbar anímicamente a los locales. Desde ese momento, Once Caldas dejó de competir; la confianza se desmoronó y el equipo jamás reaccionó.
La tanda de penales fue el golpe final. Allí, los ecuatorianos mostraron jerarquía, mientras los caldenses confirmaron la falta de temple que los acompañó toda la noche. El Palogrande enmudeció: el sueño de llegar a semifinales se evaporó en cuestión de minutos.
Esta eliminación no es solo un traspié deportivo, es un golpe moral durísimo para un plantel que había depositado toda su fe en esta competencia internacional. Una noche negra, de esas que dejan cicatriz y que tardarán en olvidarse en Manizales.