Cuando salió el sorteo de la Copa Sudamericana, la sensación general en Manizales era que Once Caldas tenía la obligación de avanzar. El grupo parecía accesible, con rivales a los que se les podía competir de tú a tú. Fluminense, por historia y jerarquía, era el obstáculo más complejo, pero nadie imaginaba que el blanco blanco estaría a tan solo un empate de arrebatarle el primer lugar a un gigante continental. La ilusión comenzaba a gestarse en silencio.
La fase de grupos fue un espejo de lo que puede ser este Once Caldas: un equipo limitado en nombres, pero inmenso en corazón. Los dos partidos frente a Fluminense fueron el recordatorio de la distancia que aún existe con los más poderosos, pero contra San Jose, Unión Española, Bulo Bulo, Huracán y el mismo Independiente del Valle, se vio un conjunto con carácter, garra y un fútbol serio, que entendió lo que significa competir internacionalmente.
El camino fue sólido. Cada paso parecía confirmar que este Once Caldas podía ir más allá de lo que cualquiera imaginaba al inicio del torneo. Y de repente, el hincha empezó a soñar. Si ya se había llegado hasta cuartos, ¿por qué no pensar en una semifinal? ¿Por qué no soñar con otra final continental? El recuerdo de 2004 volvió a despertar en la memoria colectiva.
Pero en el fútbol, como en la vida, a veces falta “un centavo para el peso”. Y esa moneda ausente se sintió con fuerza en los cuartos de final frente a Independiente del Valle. La ventaja inicial en la ida, la ilusión que se respiraba la semana previa no solo en Palogrande sino en toda la ciudad, incluso en Colombia entera hacían fuerza por ver a Once Caldas en la tan anhelada semifinal y luego, inesperada eliminación sufrida en la vuelta, dejaron una herida que tardará en cerrarse. El sin sabor es inevitable: se estuvo demasiado cerca de un nuevo capítulo glorioso.
Sin embargo, hay que poner la campaña en perspectiva. Con la nómina que tenía, con las limitaciones evidentes en la nómina para competir internacionalmente, Once Caldas llegó más lejos de lo que cualquiera hubiera firmado al inicio del torneo. El papel fue digno, respetable y dejó la sensación de que el equipo tiene cómo volver a competir en escenarios internacionales.
Y en medio de todo, surge una figura que agiganta aún más el recorrido: Dayro Moreno, a sus 40 años, se perfila como goleador del torneo con 10 tantos. Un jugador histórico que, con su olfato intacto, sostuvo la esperanza de un pueblo y demostró que todavía tiene valía en este equipo. Su nombre quedará escrito no solo en la memoria de Once Caldas, sino también en la historia reciente de la Copa.
Hoy, la eliminación duele. El hincha se siente traicionado por la ilusión que se fue alimentando paso a paso. Pero más allá del golpe reciente, queda la certeza de que Once Caldas recuperó algo que había perdido en los últimos años: la capacidad de soñar. Y esa, quizás, es la mejor noticia que deja esta Sudamericana