He sido crítico. Lo reconozco. Porque ese es mi trabajo, porque cubro al Once Caldas y porque no me gusta maquillar la realidad. He cuestionado decisiones del cuerpo técnico, cambios que no funcionaron, planteamientos que no convencieron y partidos que se ganaron más por fortuna que por fútbol. También he dicho, sin rodeos, que Hernán Darío Herrera no es mi técnico favorito. Pero también he sido justo: cuando se hacen las cosas bien, como contra América, lo he aplaudido. Porque así entiendo este oficio y así siento este equipo.
Y aunque siempre habrá espacio para el análisis táctico, para las discusiones sobre cómo se plantea o replantea un partido —porque el fútbol no se puede explicar solo con pasión—, también hay momentos donde lo emocional y lo simbólico pesan más. Este miércoles, el Once Caldas vuelve a un torneo internacional. Juega fuera del país, representa a su ciudad, a su hinchada, a su historia, y también al país. Y eso, más allá de cualquier esquema, merece respeto y merece acompañamiento.
Es cierto: no se tiene la nómina más amplia, ni el presupuesto más fuerte, ni el recambio más generoso. Pero este equipo ha sabido competir. Con errores y aciertos, con dudas y certezas, el Once Caldas clasificó a esta fase. Lo hizo eliminando a Millonarios en Palogrande, con autoridad, en una noche que revivió el orgullo de la casa. Y aunque después cayó ante Fluminense, sigue en la pelea. Sigue soñando.
Esta no es una columna para maquillar debilidades ni para vender humo. Las falencias están. El equipo ha sido irregular. Ha tenido partidos con poco juego y con decisiones que generan dudas. Pero también ha mostrado cosas buenas. Ha ganado partidos claves. Ha mostrado actitud. Y tiene algo que no se puede medir en números: el deseo de volver a ser protagonista.
Cuando al Once le va bien, nos va bien a todos. Al hincha que madruga, al periodista que informa, al comerciante que se ilusiona, a la ciudad que se moviliza. No se trata de apoyar por conveniencia, sino por convicción. Porque el club representa mucho más que un resultado. Y porque cada paso que da en el exterior nos recuerda de dónde venimos y lo que hemos sido capaces de lograr.
Este miércoles frente a Unión Española, habrá dificultades, seguro. Pero también habrá una oportunidad enorme: la de competir con dignidad, con orden, con inteligencia. Y por qué no, la de sorprender. Porque este equipo, cuando se convence, puede jugar bien. Lo ha demostrado. Y en esta clase de partidos, muchas veces lo anímico marca la diferencia.
A los jugadores, al cuerpo técnico, a todos los que llevan el escudo en esta expedición: que sientan que no están solos. Que en Manizales, en cada rincón del país y del mundo donde hay un hincha blanco, estamos pendientes, apoyando, esperando lo mejor. Con crítica cuando se debe, pero con respaldo cuando se necesita.
Con los pies en la tierra, pero con la ilusión intacta.